
Blog
Un espacio para la reflexión

El arteterapia: un puente entre la creatividad y el bienestar emocional
El Arteterapia, como herramienta de expresión y autoconocimiento, ha demostrado ser un aliado esencial para la salud mental en la vida cotidiana. A través de prácticas como la pintura y el dibujo, las personas encuentran un espacio seguro para explorar emociones que, a menudo, son difíciles de verbalizar. Pero más allá de ser simples actividades creativas, estas disciplinas pueden convertirse en una forma de meditación activa, donde el proceso artístico se fusiona con la atención plena para sanar y gestionar el mundo interior.
​
Por Carola Arriagada / Teórica del arte
Ensayo Arteterapia
U. de Chile. Stgo, Chile
​
Cuando pintamos o dibujamos, el cerebro se enfoca en el aquí y el ahora, liberándose de las preocupaciones externas. Cada trazo, mezcla de colores o textura creada actúa como un ancla que nos conecta con el presente, similar a lo que ocurre en prácticas meditativas tradicionales. Este estado de "fluir" —descrito por el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi— no solo reduce el estrés, sino que facilita la expresión de emociones que nos dificultan el mantenernos en un estado de paz. Por ejemplo, colores oscuros pueden transformar la tristeza en algo tangible, mientras que formas abstractas permiten dar estructura al caos interno.
​
Además, el acto repetitivo de dibujar o colorear activa un ritmo cerebral similar al de la meditación, disminuyendo la producción de cortisol y estimulando la liberación de serotonina. Así, lo que parece un simple trazo se convierte en un ritual de autocuidado, donde la mente se purga de pensamientos invasivos y recupera su equilibrio.
​
En un mundo acelerado, el arteterapia nos recuerda que no es necesario ser artistas para beneficiarnos del arte. Basta con permitirnos crear sin juicios, transformando el lienzo o el papel en un reflejo de nuestra psique. Al integrar estas prácticas en la rutina, convertimos el arte en una medicina accesible, capaz de sanar heridas invisibles y reconectar con nuestra esencia más auténtica.

PAULA Mein Leben soll ein Fest sein
En algunas ocasiones el cine nos permite conocer a diferentes artistas en mayor profundidad. Esta película nos invita ha descubrir la historia de una pintora que en vida no fue valorada, pero que hoy posee el primer museo dedicado a una artista mujer. De ahí el interés de contar su historia, evidenciar su legado y revelar su carácter.
​
Por Carola Arriagada / Teórica del arte
Crítica de cine PAULA Mein Leben soll ein Fest sein
U. de Chile. Stgo, Chile
​
El director de cine alemán Christian Schwochow realiza una biopic de la pintora alemana Paula Modersohn-Becker, transmitiendo en pantalla los momentos cotidianos donde se transparenta la personalidad de la artista. Una mujer moderna en el amplio sentido de la palabra, con ganas de expresarse y desplegar su ser, antes de tomar los roles habituales que la sociedad alemana de fines del siglo XIX esperaba de una mujer.
La pintora Paula Modersohn-Becker era una joven de clase alta, que tenía inquietudes artísticas. Sin embargo, su familia, especialmente su padre esperaba que fuera profesora y formara una familia.
Para el papel de la pintora, el director Christian Schwochow recurre al talento y natural ejecución de la actriz Carla Juri. Paula fue una artista importante porque es quien comienza el movimiento expresionista en su país. Ella quería retratar a la gente de su entorno, con naturalidad, sin detalles en el dibujo, con espesa pintura y dúctiles trazos, de una forma muy alejada al arte impuesto de la academia, su maestro en Alemania en ese entonces inculcaba: precisión y exatitud, y lo que expresaba Paula era según el mismo maestro, demasiado tosco. La película evidencia estás anecdotas que van dilucidando la forma y fondo de la obra de Modersohn-Becker.
​
Hay que destacar que la película posee una estética muy bella, la fotografía en la exposición de la luz, las puestas en escena en exteriores y las vestimentas de los personajes, retratan de una forma poética las postrimerías del siglo XIX e inicios del XX. Además los diferentes personajes muy bien interpretados, como lo es el esposo también pintor Otto Modersohn, interpretado por Albrecht Schuch logran desenvolverse alrededor de la personalidad luminosa y exuberante de la pintora. Una joven que no acepta límites, esto la lleva a trasladarse a Worpswede, Alemania, donde entabla una amistad con la escultora Clara Westhoff y el poeta Rainer Maria Rilke. Posteriormente, pasará un periodo en el idílico y mítico París Bohemio de la época, para así seguir su formación artística y humana, una forma de encontrarse no solo con el arte si no consigo misma, libre de lo cotidiano y las demandas de una vida común y corriente.
​
Desgraciadamente la artista muere tempranamente al poco tiempo de dar a luz a su hija, solo tenía 31 años. Sin embargo, dejó un legado de 700 pinturas y unos 1.000 dibujos. En sus pinturas se puede reconocer ciertos recursos de grandes artistas; como la pintura espesa que utilizaba Van Gogh, las formas del dibujo y colorido de Gauguin, el Cloisonismo de Émile Bernard y Louis Anquetin, que era un estilo de pintura postimpresionista donde se utilizan los colores planos, y formas con contornos oscuros delimitados.
Después de su muerte se convierte en la primera pintora en poseer su propio museo en Bremen, Alemania.
​
Dirección: Christian Schwochow / Guión: Stefan Kolditz y Stephan Suschke / Fotografía: Frank Lamm / Edición: Jens Klüber / Intérpretes: Carla Juri, Albrecht Schuch, Roxane Duran, Joel Basman / Duración: 123 minutos.
Creatividad y estado de fluir: canales hacia la sanación emocional
La Creatividad, lejos de ser un privilegio exclusivo de artistas, es una capacidad innata que todos poseemos para transformar nuestras experiencias internas en algo tangible. Cuando esta habilidad se combina con el estado de fluir —ese momento en el que la concentración es total y el tiempo parece diluirse—, se convierte en una herramienta poderosa para sanar heridas emocionales y recuperar el equilibrio psicológico.
​
Por Carola Arriagada / Teórica del arte
Ensayo Creatividad y Arteterapia
U. de Chile. Stgo, Chile
​
El concepto de fluir, desarrollado por el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi, describe un estado mental en el que la persona se sumerge completamente en una actividad, sintiendo una armonía entre sus habilidades y el desafío que enfrenta. En este espacio, la mente se libera de la rumiación constante —esa voz crítica que alimenta la ansiedad, el estrés o la tristeza— y se centra en el acto creativo. Pintar, esculpir, tocar un instrumento, escribir o incluso tejer pueden desencadenar este fenómeno, ya que exigen atención plena y activan una conexión profunda entre las manos, los sentidos y las emociones.
​
La creatividad, en este contexto, funciona como un lenguaje alternativo para procesar lo que las palabras no alcanzan a expresar. Por ejemplo, al dibujar libremente sin un objetivo estético definido, el individuo externaliza conflictos internos, dando forma a lo abstracto. Este proceso no solo permite identificar emociones ocultas, sino que también las reconfigura: una línea quebrada puede simbolizar el dolor, pero al transformarla en un patrón repetitivo, se genera una sensación de control y orden.
​
Además, el estado de fluir actúa como un reseteo neuronal. Estudios demuestran que durante estas actividades, el cerebro reduce la actividad en la corteza prefrontal, asociada a la autocrítica y el juicio, mientras se estimula la producción de dopamina, neurotransmisor vinculado al placer y la motivación. Esto explica por qué, tras horas pintando o modelando arcilla, muchas personas experimentan una calma similar a la de una sesión de meditación, pero con la ventaja añadida de haber creado algo propio.
​
La sanación emocional surge, entonces, de dos fuerzas complementarias: la creatividad como acto de liberación y el fluir como estado de presencia. Juntos, generan un círculo virtuoso: crear sin expectativas permite entrar en fluir, y el fluir, a su vez, nutre la confianza para seguir creando. Este ciclo rompe patrones de pensamiento negativos, fomenta la autoaceptación y, sobre todo, recuerda que el arte no requiere perfección, sino autenticidad.
​
Incorporar estas prácticas en la vida diaria no demanda grandes recursos. Basta con dedicar momentos breves a actividades manuales o artísticas, priorizando el proceso sobre el resultado. Así, un cuaderno de bocetos, un instrumento musical o incluso un jardín se convierten en espacios sagrados donde las emociones encuentran un canal de salida y la mente recupera su capacidad de permanecer en calma.
Caminando por el Barrio Bellas Artes en el centro de Santiago, nunca me llamaron la atención varias esferas de hormigón que se encontraban en la vereda sur por la calle Monjitas a la altura de Mosqueto.
Por Carola Arriagada / Teórica del Arte
Ensayo Arte y Espacio Público
U. de Chile. Stgo, Chile.
Hace algunos años las esferas se asomaron en el entorno de la calle al ser intervenidas, siendo pintadas de diferentes colores. Observe a un niño pequeño queriendo tomar una en sus brazos y vi a sus padres sonrientes diciéndole que no se podía, que era muy pesada. También me percaté de una pareja que estaban agachados con un plumón dibujando un rostro sobre otra de ellas. Las esferas pasaron de su estado pueril a destacarse y crear una interacción con los transeúntes. Pronto el diseño de cada una se convirtió en una creación colectiva, cada día se había agregado un pequeño grafiti, dibujo o mancha que alguien había dejado como registro de su paso por ese lugar, era un imaginario colectivo orgánico. Los colores que habían sido pintados en un inicio parecían haber iniciado un accionar gráfico de los ciudadanos cada vez que podían. Otro día vi un turista, que deduje que lo era no sólo por su fisonomía (rubio de ojos claros), si no por su vestimenta, porque andaba con pantalón corto y chalas en pleno invierno santiaguino, el anotó algo en una de las bolas de cemento, me agaché a mirar su anotación, decía: I loved the color of this country, la percepción de quien solo está de paso, pensé.
​
Pronto las esferas de hormigón tenían cada una un rostro con una sonrisa diferente, los colores con el tiempo fueron destiñéndose y los dibujos y grafitis borrándose entre la lluvia y el smog de Santiago. Ayer pasé por calle Monjitas, ahí habitan férreas las esferas, una tenía un stencil rosado que decía: Ni una menos, más allá otra tenía pegada un afiche de propaganda de una fiesta electrónica, parecía que cada una de ellas era un planeta, como los mundos que cohabitan en Santiago, cuerpos psíquicos de lo cotidiano, huellas personales y colectivas, desde la banal como la entretención, hasta la sustancial como las luchas sociales actuales.

Hay ocasiones legendarias, como cuando un director de cine que es además pintor, decide dirigir una biopic de un genio de la pintura. Este director ya se había inspirado anteriormente con la historia de otro artista, Basquiat, el pintor underground de la década de los ochenta.
Por Carola Arriagada / Teórica del arte
Crítica de cine AT ETERNITY'S GATE
U. de Chile. Stgo, Chile.
Julian Schnabel nos entrega su interpretación de los últimos días de Van Gogh, con sagacidad a la imagen de genio atormentado que tenemos de Vincent, le agrega la lucidez del artista que en las profundidades de su ser, se autoreconoce fuera de época. Así el director consigue envolvernos en la atmósfera estética de los cuadros del artista, los tomas panorámicas de los campos donde Van Gogh se adentra buscando inspiración, la cámara en perspectiva personal, consiguen envolvernos en su ambiente místico, luego las angustias del genio de la pintura, interpretados magistralmente por Willem Defoe, consiguen empaparnos de la sensación de desolación y dolor psíquico del artista.
​
La estética fotográfica de la película va del claro/oscuro a colores irradiantes, las texturas conseguidas tanto en las pinturas como en las imágenes es un juego que nos revela que el director conoce de cerca la técnica de la pintura, la materia plástica, por los relieves y pastas que nos instala aun más en el mundo de Van Gogh. La estética de la película parece ir de un cuadro al óleo a otro, el trabajo de la luz y el desenfoque de la mitad inferior de la cámara para acentuar la mirada del artista -recurso que ya habíamos visto en el trabajo de Schnabel-, aumenta el énfasis sensible.
​
Los personajes secundarios nos evocan imaginariamente las imágenes de las pinturas, como el representado por Emmanuelle Seigner, cabe destacar las interpretaciones de Oscar Isaac como Gauguin y Rupert Friend como el hermano Theo.
​
Hay varios momentos en el drama que se podrían comentar, donde el carácter de Van Gogh interpretado con excelencia por Defoe nos envuelve melancólicamente, pero me quedaré con el diálogo de Vincent y el cura (Mads Mikkelsen) que lo visita en el manicomio, donde el guión de Schnabel, Louise Kugelberg y Jean-Claude Carrière, nos lleva a lugares insospechados, como la comparación de Jesús de Nazaret con el artista, debo agregar, -con una base real histórica-, creando una conversación delirante de antología.
​
Una muerte con otra interpretación, da al final un aporte que lejos de disolver la imagen del artista, lo humaniza aun más, entregándonos los más noble sentimientos de un hombre atormentado por su propia mente, abrazando su destino, la luminiscencia de quien se sabe genio y se rinde ante la eternidad.
​